jueves, 13 de enero de 2011

Reloj


¿Qué cara se supone que se te tiene que quedar cuando llevas 15 minutos haciendo cola para entrar en la biblioteca y cuando estás a punto de entrar te dicen que está llena y que te tienes que volver a tu p*** casa?

Eso me ha pasado hoy, sí señor. A simple vista, parece un hecho sin gran trascendencia, algo que molesta pero pasa rápidamente al olvido. "Por lo menos he aprovechado y me he dado un paseo", pensé de camino a casa. Y fue ese camino el que me dió que pensar.

Eran alrededor de las 5 de la tarde. Como sabréis, a esa hora abren la mayor parte de los pequeños comercios. Pues bien, a medida que andaba, me he encontrado con todos los dueños de las tiendas de la calle y casualmente han ido abriendo sus locales a medida que yo pasaba a su vera. Pura sincronización. Como leí hace poco en un libro (La elegancia del erizo, muy recomendable por otra parte), ha sido un movimiento del mundo digno de mención.



Además, estos últimos días he tenido muchos reencuentros con desconocidos. Me explico.

Estás en la cola de una tienda para pasar por caja, y como toda buena cola que se precie, tienes a alguien delante. Pues resulta que al cabo de los días te reencuentras con esta desconocida, que probablemente será siempre una desconocida. ¿Se acordará ella de ti? ¿Cuántas veces antes de fijarte en ella en aquella tienda te la habrás cruzado? Es otro movimiento del mundo interesante no? Como se entrecruzan nuestras vidas, solo un lazo, o ninguno.


Le tengo que dar las gracias a Paloma, que es la que me ha hecho volver a escribir. Sea aquí o en un papel garabateado.


jueves, 3 de junio de 2010

EXAMENES



Desayuno.

(Sobremesa del desayuno, una pena descubrir a estas alturas de curso que hay gente genial en la resi...)

Estudiar.

(Puede caer un café, un buen pincho de tortilla)

Clase.

(Te da un poquillo el sol, se agradece no ser blanco nuclear en junio!)

Comer.

(Descansillo. Cada día más largos. El subir y bajar por las escaleras mola)

Estudiar.

(Cabezazos. Piensas que igual te tenías que haber echado una siesta)

Estudiar.

(Merienda. Dicen que se piensa mejor con el estómago lleno)

Estudiar.

(Se sale a dar una vuelta. Incluso te puedes ir de compras. Sino, piscina, AVIVA, Carrefour)

Estudiar.

(Hasta la picha, como diría Rochi. Pero no queda nada, cuentas los minutos para que llegue la cena)

Cena.

(Sobremesa de la cena y descansillo. Surgen planes de verano interesantes. No echa Inés cuando apagan las luces y los planes de estudiar un ratillo antes de dormir se esfuman)

Estudiar.

(Sí, te lees dos folios para no sentirte tan culpable, aunque no sé bien si sirve para algo porque el cansancio me puede)

Dormir.

¡Por fin!

domingo, 25 de abril de 2010

MIA: No los odias?

VINCENT: ¿El qué?

MIA: Estos incómodos silencios. ¿Por qué creemos que es necesario decir gilipolleces para estar cómodos?

VINCENT: No lo sé. Es una buena pregunta.

MIA: Entonces sabes que has dado con una persona especial. Puedes estar callado durante un puto minuto y compartir el silencio.

VINCENT: No creo que hayamos llegado a tanto aún, pero no te preocupes. Acabamos de conocernos.

martes, 2 de febrero de 2010

GUÍA TURÍSTICA


No os lo había dicho, pero la semana pasada fue mi primera vez. Sí, sí, parece mentira que tenga que estar a punto de cumplir los 21 para decidirme a visitar PARIS.







Me fui con Maite y Andrea a un albergue y pasamos 4 días geniales en la capital francesa.


Lo primero: La Tour Eiffel. Cuando vayas a verla, bájate en la estación de metro de Trocadéro, las vistas son impresionantes.


Después date el capricho de hacer el crucero por el Sena, verás todos los monumentos que se encuentran a sus orillas y la verdad, merece la pena.


Paséate por Montmartre, el barrio bohemio por excelencia. Tómate un café en la cafetería "Les deux Moulins" y acércate a la frutería donde trabajaba el amigo de Amélie. Sube hasta el Sacré Coeur. Si lo encuentras al torcer en una esquina, te impondrá. Si me permites una sugerencia, haz un descanso para comer en el restaurante "Le Ronsard", a los pies de la Basilica, con unas vistas estupendas.

Si después se te antoja un café, te recomiendo el Starbucks que hay junto a la parada de metro Blanche, con vistas al Moulin Rouge.


Cuando vuelvas al centro, admira la catedral de Notre Dame por fuera (entra si quieres, pero si no lo haces tampoco te pierdes nada, en este caso la belleza está en el exterior) y sorpréndete con las vidrieras de la Sainte Chapelle.


Si te gusta el arte, acércate al Centre Pompidou, al Louvre, al Arco de la Defensa, al Musée d'Orsay. Si prefieres la moda, tienes visita obligada a los Campos Eliseos. Si te gusta pasear, les Tuileries, les Champs de Mars, les Jardins de Luxembourg...


Por último, he de aconsejarte que te pierdas, que pasees por esta maravillosa ciudad y vayas descubriendo paradas de metro artísticas, raperos bailando en medio de la calle, edificios majestuosos... Y por supuesto, no te olvides de entrar al metro, ahí es donde encontrarás a los verdaderos parisinos.


lunes, 1 de febrero de 2010

Últimamente en mi ordenador siempre suena la Rockola, una emisora de radio en internet.

Hoy, escuchando a mi querido Carlos Goñi, me he topado con una de mis canciones favoritas, no sólo por la bonita melodía y la preciosa voz del cantante de Revólver, si no por lo sentido de la letra:


El peligro no es cuestión de un par de golpes,
El peligro es no saber a dónde ir.
El peligro es no encontrar jamás tu sitio
y sentir que ya llegaste sin salir.



El peligro es el fantasma que planea
sobre aquello que juraste un día alcanzar,
y te ata de las manos
mientras graba en tu pellejo
una cifra, una letra y a volar,
una cifra, una letra y a volar.


Y correr dicen que es cosa de cobardes,
pero todos somos carne de cañón;
yo lo soy y no me importa
confesar que más que nadie,
pero ¿aquí, quién no es cobarde por amor?


El peligro es perder a quién se ama
con la furia que desata el huracán,
comprobar que en casa ya no espera nadie
y que no hay nadie a quien puedas esperar,
y que no hay nadie a quien puedas esperar.



Y correr dicen que es cosa de cobardes,
pero todos somos carne de cañón;
yo lo soy y no me importa
confesar que más que nadie,
pero ¿aquí, quién no es cobarde por amor?,
pero ¿aquí, quién no es cobarde por amor?


El peligro es cuando queman las entrañas,
por amor o desamor, ¿qué más me da?,
y el valor se te hace escarcha
y el aire explota y amarga
en tu pecho por la mujer que se va,
en tu pecho por la mujer que se va.




sábado, 23 de enero de 2010

Mario Benedetti

Se trataba de un muchacho corriente: en los pantalones se le formaban rodilleras, leía historietas, hacía ruido cuando comía, se metía los dedos a la naríz, roncaba en la siesta, se llamaba Armando Corriente en todo menos en una cosa: tenía Otro Yo.

El Otro Yo usaba cierta poesía en la mirada, se enamoraba de las actrices, mentía cautelosamente , se emocionaba en los atardeceres. Al muchacho le preocupaba mucho su Otro Yo y le hacía sentirse imcómodo frente a sus amigos. Por otra parte el Otro Yo era melancólico, y debido a ello, Armando no podía ser tan vulgar como era su deseo.

Una tarde Armando llegó cansado del trabajo, se quitó los zapatos, movió lentamente los dedos de los pies y encendió la radio. En la radio estaba Mozart, pero el muchacho se durmió. Cuando despertó el Otro Yo lloraba con desconsuelo. En el primer momento, el muchacho no supo que hacer, pero después se rehizo e insultó concienzudamente al Otro Yo. Este no dijo nada, pero a la mañama siguiente se habia suicidado.

Al principio la muerte del Otro Yo fue un rudo golpe para el pobre Armando, pero enseguida pensó que ahora sí podría ser enteramente vulgar. Ese pensamiento lo reconfortó.

Sólo llevaba cinco días de luto, cuando salió la calle con el proposito de lucir su nueva y completa vulgaridad. Desde lejos vio que se acercaban sus amigos. Eso le lleno de felicidad e inmediatamente estalló en risotadas . Sin embargo, cuando pasaron junto a él, ellos no notaron su presencia. Para peor de males, el muchacho alcanzó a escuchar que comentaban: «Pobre Armando.Y pensar que parecía tan fuerte y saludable».

El muchacho no tuvo más remedio que dejar de reír y, al mismo tiempo, sintió a la altura del esternón un ahogo que se parecía bastante a la nostalgia. Pero no pudo sentir auténtica melancolía, porque toda la melancolía se la había llevado el Otro Yo.

viernes, 22 de enero de 2010

De mi querido Paulo...

Un gran maestro zen budista, responsable por el monasterio de Mayu Kagi, tenía un gato que era la pasión de su vida. Así, durante las clases de meditación, lo mantenía a su lado, para disfrutar lo más posible de su compañía.
Cierta mañana, el maestro – que era ya bastante viejo – apareció muerto. El discípulo de mayor grado ocupó su lugar.
-¿Qué haremos con el gato? – preguntaron los otros monjes.
Como homenaje al recuerdo de su antiguo instructor, el nuevo maestro decidió permitir que el gato continuase asistiendo a las clases de budismo zen.

Algunos discípulos de los monasterior vecinos, que viajaban mucho por la región, descubrieron que en uno de los más famosos templos del lugar, un gato participaba en las meditaciones. Y la historia comenzó a correr.
Pasaron muchos años. El gato murió, pero los alumnos del monasterio estaban tan acostumbrados a su presencia que buscaron otro gato. Mientras tanto, los demás templos empezaron a introducir gatos en sus meditaciones: creían que el gato era el verdadero responsable de la fama y la calidad de enseñanza de Mayu Kagi, olvidando que el antiguo maestro era un excelente instructor.

Transcurrió una generación, y comenzaron a surgir tratados técnicos sobre la importancia del gato en la meditación zen. Un profesor universitario desarrolló la tesis – aceptada por la comunidad académica – de que este felino poseía la capacidad de aumentar el nivel de concentración humana y eliminar las energías negtivas.

Hasta que apareció un maestro que tenía alergia por los animales domésticos y resolvió retirar el gato de las prácticas diarias con sus alumnos.
Se produjo una gran reacción negativa, pero el maestro insistió. Y como era un excelente instructor, los alumnos continuaron con el mismo rendimiento escolar, a pesar de la ausencia del gato.
Poco a poco, los monasterios – siempre en busca de ideas nuevas y cansados de tener que alimentar a tantos gatos – fueron eliminando a los animales de las clases. En 20 años comenzaron a surgir nuevas tesis revolucionarias, con títulos convincentes como “La importancia de la meditación sin el gato” o “Equilibrando el universo zen solo por el poder de la mente, sin la ayuda de animales”.

Pasó otro siglo y el gato salió por completo del ritual de la meditación zen en aquella región. Pero se necesitaron doscientos años para que todo volviese a la normalidad, ya que nadie se preguntó, durante todo ese tiempo, por qué el gato estaba allí.